viernes, 27 de septiembre de 2013

Érase una vez Elita


       Me ha llevado media hora poder encontrar las palabras justas para darles la bienvenida a este nuevo blog y aquí están:


Hola lector.

(sorprendente, lo sé)

       Bienvenidos a “Cartas para Elita”, este es un blog a manera de bitácora de marinero en el exilio del horizonte inexplorado donde estaré publicando las diversas cartas que he escrito para Elita durante algún tiempo, y aunque no estoy yo para contarlo pero tú sí para saberlo así es que comienza la historia:

Érase una vez Elita…

Elita era una princesita que vivía en un palacio de cantera que se encontraba en el Reino de Jardín, custodiada por dos guardias nariz chata, el General Nico y el Capitán Marcelo, muy amigables por cierto con las doncellas que se acercaban de vez en vez a las puertas del palacio. Difícil suerte debía correr cualquier mancebo que quisiera dirigirse a la princesa, a manera de ruleta rusa se presentaban ante ella y hasta la fecha, de su boca siempre disparó el tiro letal. Por su parte los Reyes, es decir, los padres de Elita amasaban fortuna como quien amasa un pan en vísperas de fiestas de bodas de Caná, siempre esperando que se multiplique.

Pero volvamos a Elita. Ella era una princesita bella, pero bella como el amanecer en París, fantástica como historia de hadas, mágica como para inspirar un cuento, de cabellera tan hermosa como el rojo de álamo en otoño y con las manos más dulces como para desposarla.

De ella, de Elita sé muy poco, alguna vez logré observarla detenidamente y de cerca, incluso en alguna ocasión, despacio y con mucha cautela como quien pretende acariciar al león dormido pude acariciar su piel y sí, he de presumir que en cierta noche de suerte después de un manjar en un banquete al cual asistimos en compañía de chaperón, al final de la noche y con sus guardias nariz chata detrás de ella, pude disfrutar por un momento tomar sus manos y ella tomar las mías.

¡Lo sabía, Elita me amaba!

He de repetir para mi pesar que sabía y sé muy poco de esa princesa mística de la cual me enamoré aquella noche de fuegos artificiales y danza en las palmas de mi mano y de fiesta y regocijo en mi corazón.

Esa fue la última vez que vi a la Princesa Elita. Desde la habitación que encendía a nuestro encuentro sólo observaba siluetas de obstinación y desprecio, jamás volví a saber del destino de Elita. Alguna vez escuché que huyó con su hermana mayor a las tierras de occidente, después me enteré por un juglar que la Princesa se encontraba en tierras altas y que vivía muy feliz. Yo no he podido comprobar ninguna de estas teorías, incluso llegué a pensar que una noche, esa noche, se intoxicó y murió por una sobredosis de algo que su cuerpo nunca había sentido: amor verdadero.

Fue entonces cuando decidí huir del Reino de Jardín y semana a semana voy relatando a Elita las odiseas de este mundo tan extraño donde no está, a suerte de que un día la reencuentre mi camino y entregarle estas historias, esta vida, que guardo para ella.




Carta para Elita I


Hoy conocí París y descubrí que no era tan bello como prometiste ni tan amigable como presumiste, en cambio me encontré una ciudad gris de ocre y hierro y esferas colgantes de ruedas gigantes que no entiendo. Elita, hoy conocí París y no te vi, naufragué leguas y no te vi. Apostaba mi cabeza en lugar de jurar (como nunca quisiste hacerlo) a que tus miedos te habían traído aquí y no, yo perdí.

Elita, ¿qué es esto tan alto que está frente a mí? Es como un dedo de Dios apuntando al cielo, eso que tanto admirabas y pretendías conquistar para tu vejez pero no Elita, las calles no son tan mágicas como las suspirabas y los borrachos de vino y ron enfurecen a la luna de esta ciudad obscura. Elita, ¿A dónde debo buscarte? ¿Dónde estás? No te encuentro. Entre los parques donde hay amorosos y un sol en hojas como describió el poeta, no estás, no te encuentro.

Hoy conocí París y de bello no encontré nada, no los mares, no los montes ni las ciudades, en definitiva nada es apreciablemente bello o nimiamente bueno, tanto como tú.

Elita, hoy conocí París, pero mañana no sé a dónde me lleve mi instinto de encontrarte, porque debes saber que en esta incertidumbre de ti, en esta grandeza de las ciudades, en esta belleza efímera de la gente, serás por siempre tú, mi último destino.    



Texto: C. Satarain.