Primero una en mi mejilla
derecha, luego otra directamente a mi boca abierta y seca de piedra caliza. Entonces
un mar de agua caía sobre el mismo mar taladrando mis pómulos dolorosamente y a
la vez con la certeza de la resurrección de mi alma hasta ese instante.
Era el cuarto o quinto sol desde
mi última carta. Los tirones que el viento hacía al mar y me cubría la cara y
los ojos abiertos con su brisa terminaron por emblanquecer mi mirada. Era el
telón blanco ocultando sombras detrás, era una mano postrada frente a mis ojos,
era un gorrión de pecho blanco anidando en mis pupilas, un torbellino de
blancura reprimiendo mi visión.
Era seguro entonces que no había
llegado el final de mi historia, desde las nubes me caían trozos de vida para
reanimarme el alma que comenzaba a brotar lentamente por mi boca. El aliento
volvió a tener humedad, mis manos secas y picadas que carecían de fuerza, se
estrechaban una a otra fuertemente apretando el agua entre ellas. El drama de
mi muerte había quedado atrás, tal vez como un reclamo del destino por haberme
rendido o como un designio de Dios a volver al camino. Pude entender entonces y
más de corazón que a raciocinio que ella seguía ahí, en alguna parte de este
mundo, esperando, sólo esperando.
Ciego de blancura, postrado aún
sobre los maderos, medía el nivel del agua que se acumulaba en la balsa dedo a
dedo, crecía tan rápido como si el cielo quisiera volver al mar de un solo
golpe y quedarse atado a esta tierra para siempre, pensé, no sería tan bueno el
cielo entonces que hasta las nubes quieren volver. La tormenta rebotaba intensamente
sobre los maderos de la balsa. Por la espalda, los truenos resonaban
estruendosos y resumían en fracciones de segundo lo que estaba por suceder.
Las nubes terminaron por cubrir
los últimos destellos de luz que aún percibía, era todo obscuro aunque era de
día y la tormenta que hasta ahora había aliviado mi cuerpo se volvía la amenaza
más grande que mi vida habría tenido, incluso más que el hambre, tal vez más
aún que la soledad misma. Será que Dios nos hizo a su imagen y semejanza, qué descuidado
al creer que nos heredó también su omnipotencia, o tal vez no la habremos descubierto
aún.
La balsa se balanceaba de lado a
lado constante como péndulo, siempre más hacia la derecha que a la izquierda,
siempre más, tanto que sentía caer al mar con cada movimiento. Sabiendo lo que
vendría, apreté con mis dientes el morral con las cartas atesoradas en un
frasco que había guardado de mi visita a Barcalobos. El péndulo de la única
esperanza hecha de madera que me quedaba se mecía tanto que perdía la noción de
mi posición con respecto al mar, cada vez más rápido, cada vez más drástico y
de un tirón sobre una ola, sentí el vértigo de haberme elevado tanto como la altura
de veinte hombres juntos. Fue una fuerza increíble la que me llevó con mi nave
hasta lo más alto. Supuse que la vista hubiera sido hermosa desde allá arriba, si
tan sólo hubiera podido verla. Al llegar al borde de la ola, a la majestuosa
altura, el último suspiro de conciencia casi me arrancó el alma. Caí sintiendo
como el viento sostenía mi cuerpo, sin vista y con un destino incierto, sentí
las gotas cayendo a la misma velocidad que yo hacia el abismo. Con el morral
apretado a mis dientes tomé el último respiro de aire y sal esperando el
momento de mi golpe final con el mar. Estaba allí, flotando en el aire a punto
de reencontrar mi destino.
Carta para Elita IX
Tengo ocho cartas guardadas en un frasquito que recogí de mi
última expedición de ti en Barcalobos. Las he cuidado como un tesoro nuestro,
como un manual de sobrevivencia, como un aval de que te he buscado.
No sé si ahora lo haga más por mí que por ti, Elita. Tengo
algunas preguntas para cuando te encuentre: ¿Habrías sufrido lo mismo por
mí? No pretendo que contestes, simplemente quiero reencontrar mi motivo. ¿Me
recordarás? Hace tanto tiempo que te vi por última vez. ¿Habrías caído de una
ola a mitad del mar sólo por llegar a tu destino? Tal vez no. Tal vez también
te reclame por no haberme encontrado y ahora con este blanco en los ojos será
casi imposible buscarte. Envíame otro de tus milagros, de ese pacto que tienes
con Dios para que regrese mi vista o si no, al menos que te aparezca aquí, a mi
lado y me llames al oído.
Te aviso por si me vez en una calle y me reconoces que
tengo estas cartas colgando de mi cuello a la altura del corazón en el mismo frasco.
Si es que me reconoces.
Abrazo un montón de arena que supongo se me ha metido a los
ojos, estoy en ningún lado donde todo es blanco y mi balsa golpeó mis piernas
al encallarse en la arena. El mar me revolcó hasta aquí no sé desde cuando,
apenas reanimó mi cuerpo, apenas pude abrir los ojos, y no sirvió de nada. Elita,
dime cómo hago sin obtener rumbo, siendo sólo un extraño.
Dame en uno de mis respiros, la fuerza para pronunciar tu
nombre. Desde este desesperado momento de mi vida donde no obtengo respuesta o
motivo de alguna parte, te pido que esperes. Hoy no sé de poesía, en resumen,
hoy no sé ni de mí, ni de ti, ni de vida ni de nada.
Envía un milagro, una hermosa señal, una tan bella como tú.
Texto: C. Satarain