viernes, 1 de noviembre de 2013

La mujer que inspiró a un pueblo I

      
      Dios cumplió su parte y siguiendo la letra de mi juramento aplané la arena con mis pies, uno delante del otro como un motor de combustible infinito, uno después de otro hacia el sur.

Llegué muy de mañana a Barcalobos, hogar de artistas. Este era un pueblito de costa azul y marfil bordeado por árboles enormes de troncos labrados con la historia de la vida. Era un pueblo alejado de las reglas populares y del raciocinio común. En lugar de aire había música, en vez de agua, poesía, su lengua era filosofía, el cielo, el sol, las plantas, la luna y el mar eran el mismo pero más inspiradores que en cualquier otro punto del mundo. En Barcalobos era difícil caminar porque el corazón bailaba y la poesía te hacía flotar.

Salía el sol cuando crucé el borde de troncos labrados. Alguna vez escuché de este pueblo cuando fui niño, nunca entenderé por qué pero aquí volví a serlo. Crucé su frontera y encontré una pintura de Chagall en los ojos, hacia abajo estaban esas aldeas de techos coloridos, azules, rojos, amarillos, violetas y blancos bordeando o embelleciendo más la costa. Bajé por un sendero improvisado hasta la primer calle con pasos cortos como esperando la bienvenida, como si supieran mi historia y mi destino, entrar coronado por mi labor de búsqueda y mis renovadas fuerzas exploradoras pero sobre todo por el premio a mi amor infinito a Elita. Nada de esto sucedió, aunque sí fui recibido por siete coloreados niños con máscaras verdes selva que me rodearon en un salto desde los techos y al ritmo de una lira me encaminaron a una especie de plaza central que en vez de plaza era la más bella galería de arte que mis ojos hayan visto antes. Pinturas tan hermosas apuntando al mar como para su comparación, recorrí todas ellas, figuras angelicales, mares embravecidos, cielos limpios y hermosas musas, y ahí estaba, a un costado de ese cuadro del bosque obscuro, a su izquierda, ella en su representación más bella pero, ¿cómo a tantos días de camino alguien tuvo la dicha de pintar a Elita? Me asombré de golpe al imaginar que aquí estuviese o que pasó de camino y algún artista no pudo resistir tal belleza que se obligó a plasmarla. Entonces voy en la dirección correcta, pensé, si no es que entre estas personas se encuentra ella. Sonreí al pensar que mi camino había terminado.

Acudieron tres decenas de personas a mi encuentro de la plaza central, músicos, actores, poetas, saltimbancos, pintores, filósofos y uno que otro sin talento pero fiel admirador de la belleza de los sentidos aunque ninguno era ella. Pregunté al primer hombre que cruzó mi camino por el autor del cuadro y al revisar mis extrañas ansias me tomó del morral sin decir nada y corriendo o danzando, es difícil distinguirlo aquí, me trajo hasta la casa del mejor pintor del pueblo y también un gran poeta. El hombre se acercó de manera curiosa, me examinó de cerca, hizo esa seña con el pulgar que sólo entendí como la mirilla de un arma y negó tres veces con la cabeza. Abrí la boca para esbozar una palabra y de un golpe en la mesa obligó a mi silencio, colocó su mano sobre mi boca de modo que no se dijera algo de más y susurró: -Entonces eras tú. Yo no entendí sus palabras, ¿quién era yo? ¿Me conocen? “Eres tú” repitió. -¿Aún buscas a Elita? Preguntó mientras sostenía su mano en mi rostro, yo afirmé asintiendo con la cabeza a fuerza contraria a la suya. Al sentirme casi inmóvil soltó mi boca y continuó: 
-Una vez vi a Elita. Era la princesa más bella que Dios le pudo haber regalado al mundo, incluso más bella que las sirenas. Yo pinté su retrato. Aquí todo el pueblo la conoce, pocos la han visto pero es la musa perfecta. Los cielos están coloreados por ella y por eso el pintor los plasma tan bellos, la música viene de su voz y sus latidos, por eso aquí no caminamos, la poesía está formada por su alma y por eso los poetas aman su belleza.

Sacó de su bolso derecho un trozo de papel amarillo, lo desdobló y lo puso sobre la mesa.

–Cuando la conocí había pasado de largo y escuché su nombre… no podía creerlo, ¿sería a caso que tenía un nombre? Comentó mientras sentí un escalofrío que comenzó por el índice de mi siniestra cuando concebí imaginar las palabras que de su boca salieron. No debí dudarlo, era un gran poeta, o un poeta, o poesía.

Soneto para un beso esquivo

si gozas de los versos que yo escribo,
es, mujer, por desdén indiferente
del despierto soñar tu beso ausente
pues pídole cordura al trance altivo.

quisiera yo, mujer, tu beso esquivo
de aliento de cerezas elocuente,
de labios fresco almíbar -ciertamente-,
quisiera yo, tu beso fugitivo.

un ósculo yo pido para el fuego
que viene en mis entrañas encendido;
por tu boca le ruego al fuego ciego

que razón de vivir da resentido
al ánima que grita por sosiego
y al corazón que clama otro latido


Sin duda el artista podía entenderme, él vivió por ella alguna vez, la siguió al fin del mundo, luego se rindió. No era más que su reflejo, era él y era yo en diferentes tiempos.


 Carta para Elita V


Después de haber conocido este lugar me sigo preguntando ¿por qué preferías París? Si allá todo es gris de ocre y hierro. Deberías tomar mi mano alguna vez y caminar conmigo estas cortas calles, de ida y vuelta, del bosque al mar, hasta la noche. Verías lo fácil que es embellecer un lugar nada más con tu presencia. Deberías, por qué no, salir a bailar de una de estas chozas, de la que quieras mientras yo te dibujo o soñar conmigo de vez en cuando para darte poesía.

Elita, debías saber que inspiras a un pueblo, que eres leyenda y que tus dudas acerca de tu belleza se han afirmado aquí. Debías enterarte de lo que hiciste nada más con existir.

Elita, si hubieras vivido esta noche aquí conmigo entenderías de lo que el poeta habla, y es que es cierto, el mar sólo se le puede comparar a tus manos, el cielo no existe más que en tus ojos, tu alma deambula en gotas de aire de un lado a otro entrándonos por la piel inundando el corazón y tus labios, tus labios siempre provocando un beso esquivo.

Qué puedo decirte que no te haya gritado antes desde una roca frente al mar, desde una ventana enmarcando a la luna o desde París. Qué puedo decirte ahora que ya lo sabes todo, que lo supiste cuando nos vimos la mirada por primera vez, que lo entendiste cuando tus dedos se unieron con los míos y que olvidaste entonces desde que no estás. Qué puedo decirte yo que tú no sepas.

Ahora que te pienso, recordé el día que te conocí, estabas tan "cabellera al viento" que los centenares de personas a tu alrededor parecían manchas. Estabas tan pequeña, tan mujer, tan distraída y custodiada que no me acerqué. Siete veces te encontré en el mismo sitio, entre la misma gente, entre tu gente, entre ellos dos. Siempre tan “de espaldas” y yo tan “tu cabello” siempre tú, tan mía aunque no lo supieras y yo tan “ganas de abrazarte”, tan cerca e indiferente. Siempre tú, Elita, tan “mi vida” que ya soy como una extensión de ti, pequeño y largo creciendo de tu costado, firme, lento, puro y limpio, creciendo a tu lado para estar junto a ti por el resto de nuestras vidas.


Elita, qué podría decirte yo, después de lo que nos dijimos con la mirada.


Texto: C. Satarain
Soneto: Jesús Cáñez
Twitter: @carlossatarain

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