Dios cumplió su parte y siguiendo
la letra de mi juramento aplané la arena con mis pies, uno delante del otro
como un motor de combustible infinito, uno después de otro hacia el sur.
Llegué muy de mañana a
Barcalobos, hogar de artistas. Este era un pueblito de costa azul y marfil
bordeado por árboles enormes de troncos labrados con la historia de la vida. Era
un pueblo alejado de las reglas populares y del raciocinio común. En lugar de
aire había música, en vez de agua, poesía, su lengua era filosofía, el cielo,
el sol, las plantas, la luna y el mar eran el mismo pero más inspiradores que
en cualquier otro punto del mundo. En Barcalobos era difícil caminar porque el
corazón bailaba y la poesía te hacía flotar.
Salía el sol cuando crucé el
borde de troncos labrados. Alguna vez escuché de este pueblo cuando fui niño,
nunca entenderé por qué pero aquí volví a serlo. Crucé su frontera y encontré
una pintura de Chagall en los ojos, hacia abajo estaban esas aldeas de techos
coloridos, azules, rojos, amarillos, violetas y blancos bordeando o
embelleciendo más la costa. Bajé por un sendero improvisado hasta la primer
calle con pasos cortos como esperando la bienvenida, como si supieran mi
historia y mi destino, entrar coronado por mi labor de búsqueda y mis renovadas
fuerzas exploradoras pero sobre todo por el premio a mi amor infinito a Elita. Nada
de esto sucedió, aunque sí fui recibido por siete coloreados niños con máscaras
verdes selva que me rodearon en un salto desde los techos y al ritmo de una
lira me encaminaron a una especie de plaza central que en vez de plaza era la
más bella galería de arte que mis ojos hayan visto antes. Pinturas tan hermosas
apuntando al mar como para su comparación, recorrí todas ellas, figuras
angelicales, mares embravecidos, cielos limpios y hermosas musas, y ahí estaba,
a un costado de ese cuadro del bosque obscuro, a su izquierda, ella en su
representación más bella pero, ¿cómo a tantos días de camino alguien tuvo la
dicha de pintar a Elita? Me asombré de golpe al imaginar que aquí estuviese o
que pasó de camino y algún artista no pudo resistir tal belleza que se obligó a
plasmarla. Entonces voy en la dirección correcta, pensé, si no es que entre
estas personas se encuentra ella. Sonreí al pensar que mi camino había
terminado.
Acudieron tres decenas de
personas a mi encuentro de la plaza central, músicos, actores, poetas,
saltimbancos, pintores, filósofos y uno que otro sin talento pero fiel
admirador de la belleza de los sentidos aunque ninguno era ella. Pregunté al
primer hombre que cruzó mi camino por el autor del cuadro y al revisar mis extrañas
ansias me tomó del morral sin decir nada y corriendo o danzando, es difícil
distinguirlo aquí, me trajo hasta la casa del mejor pintor del pueblo y también
un gran poeta. El hombre se acercó de manera curiosa, me examinó de cerca, hizo
esa seña con el pulgar que sólo entendí como la mirilla de un arma y negó tres
veces con la cabeza. Abrí la boca para esbozar una palabra y de un golpe en la
mesa obligó a mi silencio, colocó su mano sobre mi boca de modo que no se
dijera algo de más y susurró: -Entonces eras tú. Yo no entendí sus palabras, ¿quién
era yo? ¿Me conocen? “Eres tú” repitió. -¿Aún buscas a Elita? Preguntó mientras
sostenía su mano en mi rostro, yo afirmé asintiendo con la cabeza a fuerza
contraria a la suya. Al sentirme casi inmóvil soltó mi boca y continuó:
-Una
vez vi a Elita. Era la princesa más bella que Dios le pudo haber regalado al
mundo, incluso más bella que las sirenas. Yo pinté su retrato. Aquí todo el
pueblo la conoce, pocos la han visto pero es la musa perfecta. Los cielos están
coloreados por ella y por eso el pintor los plasma tan bellos, la música viene
de su voz y sus latidos, por eso aquí no caminamos, la poesía está formada por
su alma y por eso los poetas aman su belleza.
Sacó de su bolso derecho un trozo
de papel amarillo, lo desdobló y lo puso sobre la mesa.
–Cuando la conocí había pasado de
largo y escuché su nombre… no podía creerlo, ¿sería a caso que tenía un nombre?
Comentó mientras sentí un escalofrío que comenzó por el índice de mi siniestra
cuando concebí imaginar las palabras que de su boca salieron. No debí dudarlo,
era un gran poeta, o un poeta, o poesía.
Soneto para un
beso esquivo
si gozas de los
versos que yo escribo,
es, mujer, por
desdén indiferente
del despierto
soñar tu beso ausente
pues pídole
cordura al trance altivo.
quisiera yo,
mujer, tu beso esquivo
de aliento de
cerezas elocuente,
de labios fresco almíbar
-ciertamente-,
quisiera yo, tu
beso fugitivo.
un ósculo yo pido
para el fuego
que viene en mis
entrañas encendido;
por tu boca le
ruego al fuego ciego
que razón de vivir
da resentido
al ánima que grita
por sosiego
y al corazón que
clama otro latido
Sin duda el artista podía entenderme, él vivió por ella
alguna vez, la siguió al fin del mundo, luego se rindió. No era más que su
reflejo, era él y era yo en diferentes tiempos.
Después de haber conocido este lugar me sigo preguntando ¿por
qué preferías París? Si allá todo es gris de ocre y hierro. Deberías tomar mi
mano alguna vez y caminar conmigo estas cortas calles, de ida y vuelta, del
bosque al mar, hasta la noche. Verías lo fácil que es embellecer un lugar nada
más con tu presencia. Deberías, por qué no, salir a bailar de una de estas
chozas, de la que quieras mientras yo te dibujo o soñar conmigo de vez en
cuando para darte poesía.
Elita, debías saber que inspiras a un pueblo, que eres
leyenda y que tus dudas acerca de tu belleza se han afirmado aquí. Debías
enterarte de lo que hiciste nada más con existir.
Elita, si hubieras vivido esta noche aquí conmigo
entenderías de lo que el poeta habla, y es que es cierto, el mar sólo se le
puede comparar a tus manos, el cielo no existe más que en tus ojos, tu alma deambula
en gotas de aire de un lado a otro entrándonos por la piel inundando el corazón
y tus labios, tus labios siempre provocando un beso esquivo.
Qué puedo decirte que no te haya gritado antes desde una
roca frente al mar, desde una ventana enmarcando a la luna o desde París. Qué
puedo decirte ahora que ya lo sabes todo, que lo supiste cuando nos vimos la
mirada por primera vez, que lo entendiste cuando tus dedos se unieron con los
míos y que olvidaste entonces desde que no estás. Qué puedo decirte yo que tú
no sepas.
Ahora que te pienso, recordé el día que te conocí,
estabas tan "cabellera al viento" que los centenares de personas a tu alrededor
parecían manchas. Estabas tan pequeña, tan mujer, tan distraída y custodiada
que no me acerqué. Siete veces te encontré en el mismo sitio, entre la misma gente,
entre tu gente, entre ellos dos. Siempre tan “de espaldas” y yo tan “tu cabello”
siempre tú, tan mía aunque no lo supieras y yo tan “ganas de abrazarte”, tan
cerca e indiferente. Siempre tú, Elita, tan “mi vida” que ya soy como una
extensión de ti, pequeño y largo creciendo de tu costado, firme, lento, puro y
limpio, creciendo a tu lado para estar junto a ti por el resto de nuestras
vidas.
Elita, qué podría decirte yo, después de lo que nos dijimos con la mirada.
Texto: C. Satarain
Soneto: Jesús Cáñez
Twitter: @carlossatarain
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