Habría
pasado, tal vez dos o tres años desde que no veía el amanecer con tal
tempestad, en Barcalobos la mañana fue de lluvia y nostalgia. Los colores
parecían escurrirse coloreando el piso y dejando un agrio color a nada colgando
de los techos. Las caras verdes de los niños también escurrían como lágrimas y
de los cuadros sólo quedaban las siluetas. En el bosque que rodeaba al pueblo,
los pinos enrarecían su color de verde a blanco como si fueran cubiertos con
nieve y de los troncos labrados tan misteriosos les brotaba un algo de sangre
negra que los vestía de obscuro. Yo miraba de reojo esa triste imagen y cerré
los ojos para intentar dormir nuevamente aunque sólo conseguí despertar mis
demonios internos recordando mi misión y la arcaica vida que desde entonces
llevaba. Ermitaño y nómada por convicción logré recordar los lugares que en los
últimos tiempos visité y que juré no despegarme nunca más y que tanto no cumplí
que incluso cortar raíces fue la única forma de emigrar.
Después de varios minutos,
muchos en realidad, abrí nuevamente los ojos, todo era blanco y negro. Quise
entender que se trataba de la lluvia que ennegrecía el mundo. Como un acto de
redención cerré los ojos nuevamente imaginando que el abstracto de mi vista
desaparecería de un momento a otro y no fue así, intenté siete veces más
abriendo y cerrando los ojos, las últimas 3 veces apreté tanto que incluso lloraron y
nada sucedió, todo era blanco y negro. El mundo se había convertido en ese
retrato nostálgico del que ahora era preso, mi cuerpo convertía mi vida en
añoranza y entendí que empezar por la vista era el primer paso, después sería
el olfato o el gusto, tal vez el oído dejaría de escuchar alegres melodías para
sólo entender las más tétricas versiones del mundo. Después vendría mi voz
donde no podría repetir su nombre, o mis pasos, hasta quedar inmóvil.
Probé con siete palabras, mar,
tiempo, lengua, flores, Lita, tormenta y Dios. Conté mis dedos siete veces,
intenté adivinar siete aromas diferentes en el aire también, sólo a manera de
estar seguro que mis sentidos continuaban alertas y mis palabras seguían
coherentes. No intenté reponerme del piso donde estaba resguardado, primero por
temor a continuar con ese juego absurdo y dar siete pasos a la izquierda y
luego siete a la derecha. Y en mayor medida por continuar en ese sitio
recordando los lugares en donde había estado desde su partida.
Fue en el París de sus nostalgias
de donde no pude esconderme. Todo se resumía en ese dedo de Dios que apuntala
el cielo y el olor a fernet recorriendo las calles. Es por eso que de parís no
quise saber más que sus nostalgias y huí a ese pueblo donde escuché su voz,
desde la ventana donde cerré los ojos para no confundir su belleza con la de la
noche, fue la primera vez que la pude sentir cerca como la noche en que tomé
sus manos. Luego de ahí fue camino de gris a arena hasta la playa donde los
personajes me llevaron a ella, a ese hombre que me contó la historia más triste
de Elita y donde esa mujer de historias fantásticas me animó a continuar.
Entonces recordé mi entrada a Barcalobos donde a mi llegada en la plaza de
artes inconscientemente noté un aspecto muy significativo y que ahora con mi
blancuzca vista había saltado a mi mente para entender mi caso. Cuando estuve
rodeado por esas tres decenas de personas logré notar que 7 u 8 eran guiados
por otros mismos que a señas se entendía entre ellos, la mayoría no logró
iniciar una palabra como aquel hombre que me tomó del morral al escuchar mi
pregunta sobre el artista me llevó sin decir una sola palabra hasta él. Debía
entender que la belleza del lugar tenía un precio y yo empezaba a pagarlo.
Repuse mi postura de un salto
al entender mi situación, tomé mis escasas propiedades del piso e intenté salir
por la puerta de madera. De varios golpes traté de abrirla pero estaba
bloqueada por fuera con vigas y tablones, entonces busqué por las ventanas por
donde horas antes apreciaba la lluvia al amanecer y ahora todo en obscuridad
también parecían tapiadas. Me detuve un segundo a controlar mis ansias mientras
tomaba mi cara y la reconocía en la obscuridad. Fue entonces cuando comprendí
todo. El artista no era ciego, tampoco era mudo pero tuvo que postrar su mano
en mi cara para reconocer mi respuesta, para sentir como asentía a su pregunta.
Todos en este pueblo son inspirados por Elita, de una u otra forma, el sordo
ama su voz, el ciego admira su belleza, el mudo tuvo la dicha de susurrar a su
oído. ¿Qué debo esperar entonces de mí
que tanto la amo?
Carta para Elita VI
Desde la obscuridad de este frío sitio donde te reencuentro,
Elita, me has dejado sin habla, llegaste como un vendaval a arrancarle la voz a
un pueblo que te idolatra. ¿Cómo podré entonces susurrarte al oído cuando te
encuentre?
¿Quieres que pierda la vista para no reconocerte
luego? Dime entonces cómo hago para
pasar la noche mientras mis ojos se apagan
poco a poco. Desde la humedad de este sitio de donde
el aire parece niebla, te
lloro. Dame nuevamente la fe en ti para que me cures, dame después el
resto de
tu alma en la niebla para volverte ojos y verte siempre sin importar el mundo.
De viento y mar le libraste al artista del sonido, de no
amar más que tu voz por la copla exacta
de
tu aliento, por no escuchar en este mundo sonido más hermoso que el que de
tu boca emana. Su
vida será tirada al silencio ¿por qué ser indispensable el
romper del mar si no estás con él, si no es
conmigo? Dame la respuesta ahora
que ya es noche en un suspiro a mi oído izquierdo.
Elita, cuando leas esta carta notarás que tendrás la
mejor propuesta de mi vida en tus ojos y que esperaré que ciego, asientas con
tu cabeza mientras tomo tu rostro, esperaré que me mires a los ojos y me
sonrías con ellos y con tus manos tomes las mías y se queden así por toda
nuestra vida. Regálame la oportunidad de mirarme en tus ojos, entonces no
necesitaré la vista para concebir al mundo si en los tuyos yo fuera el tuyo.
Dame tu voz para unirla a la mía y tus manos para nunca soltarlas.
Dame esa oportunidad que te
pedí tantas veces con la mirada.
Texto: C. Satarain
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