sábado, 9 de noviembre de 2013

La mujer que inspiró a un pueblo II


Habría pasado, tal vez dos o tres años desde que no veía el amanecer con tal tempestad, en Barcalobos la mañana fue de lluvia y nostalgia. Los colores parecían escurrirse coloreando el piso y dejando un agrio color a nada colgando de los techos. Las caras verdes de los niños también escurrían como lágrimas y de los cuadros sólo quedaban las siluetas. En el bosque que rodeaba al pueblo, los pinos enrarecían su color de verde a blanco como si fueran cubiertos con nieve y de los troncos labrados tan misteriosos les brotaba un algo de sangre negra que los vestía de obscuro. Yo miraba de reojo esa triste imagen y cerré los ojos para intentar dormir nuevamente aunque sólo conseguí despertar mis demonios internos recordando mi misión y la arcaica vida que desde entonces llevaba. Ermitaño y nómada por convicción logré recordar los lugares que en los últimos tiempos visité y que juré no despegarme nunca más y que tanto no cumplí que incluso cortar raíces fue la única forma de emigrar.

Después de varios minutos, muchos en realidad, abrí nuevamente los ojos, todo era blanco y negro. Quise entender que se trataba de la lluvia que ennegrecía el mundo. Como un acto de redención cerré los ojos nuevamente imaginando que el abstracto de mi vista desaparecería de un momento a otro y no fue así, intenté siete veces más abriendo y cerrando los ojos, las últimas 3 veces apreté tanto que incluso lloraron y nada sucedió, todo era blanco y negro. El mundo se había convertido en ese retrato nostálgico del que ahora era preso, mi cuerpo convertía mi vida en añoranza y entendí que empezar por la vista era el primer paso, después sería el olfato o el gusto, tal vez el oído dejaría de escuchar alegres melodías para sólo entender las más tétricas versiones del mundo. Después vendría mi voz donde no podría repetir su nombre, o mis pasos, hasta quedar inmóvil.

Probé con siete palabras, mar, tiempo, lengua, flores, Lita, tormenta y Dios. Conté mis dedos siete veces, intenté adivinar siete aromas diferentes en el aire también, sólo a manera de estar seguro que mis sentidos continuaban alertas y mis palabras seguían coherentes. No intenté reponerme del piso donde estaba resguardado, primero por temor a continuar con ese juego absurdo y dar siete pasos a la izquierda y luego siete a la derecha. Y en mayor medida por continuar en ese sitio recordando los lugares en donde había estado desde su partida.

Fue en el París de sus nostalgias de donde no pude esconderme. Todo se resumía en ese dedo de Dios que apuntala el cielo y el olor a fernet recorriendo las calles. Es por eso que de parís no quise saber más que sus nostalgias y huí a ese pueblo donde escuché su voz, desde la ventana donde cerré los ojos para no confundir su belleza con la de la noche, fue la primera vez que la pude sentir cerca como la noche en que tomé sus manos. Luego de ahí fue camino de gris a arena hasta la playa donde los personajes me llevaron a ella, a ese hombre que me contó la historia más triste de Elita y donde esa mujer de historias fantásticas me animó a continuar. Entonces recordé mi entrada a Barcalobos donde a mi llegada en la plaza de artes inconscientemente noté un aspecto muy significativo y que ahora con mi blancuzca vista había saltado a mi mente para entender mi caso. Cuando estuve rodeado por esas tres decenas de personas logré notar que 7 u 8 eran guiados por otros mismos que a señas se entendía entre ellos, la mayoría no logró iniciar una palabra como aquel hombre que me tomó del morral al escuchar mi pregunta sobre el artista me llevó sin decir una sola palabra hasta él. Debía entender que la belleza del lugar tenía un precio y yo empezaba a pagarlo.

Repuse mi postura de un salto al entender mi situación, tomé mis escasas propiedades del piso e intenté salir por la puerta de madera. De varios golpes traté de abrirla pero estaba bloqueada por fuera con vigas y tablones, entonces busqué por las ventanas por donde horas antes apreciaba la lluvia al amanecer y ahora todo en obscuridad también parecían tapiadas. Me detuve un segundo a controlar mis ansias mientras tomaba mi cara y la reconocía en la obscuridad. Fue entonces cuando comprendí todo. El artista no era ciego, tampoco era mudo pero tuvo que postrar su mano en mi cara para reconocer mi respuesta, para sentir como asentía a su pregunta. Todos en este pueblo son inspirados por Elita, de una u otra forma, el sordo ama su voz, el ciego admira su belleza, el mudo tuvo la dicha de susurrar a su oído. ¿Qué debo esperar entonces  de mí que tanto la amo?



Carta para Elita VI



Desde la obscuridad de este frío sitio donde te reencuentro, Elita, me has dejado sin habla, llegaste como un vendaval a arrancarle la voz a un pueblo que te idolatra. ¿Cómo podré entonces susurrarte al oído cuando te encuentre?


¿Quieres que pierda la vista para no reconocerte luego? Dime entonces cómo hago para 
pasar la noche mientras mis ojos se apagan poco a poco. Desde la humedad de este sitio de donde 

el aire parece niebla, te lloro. Dame nuevamente la fe en ti para que me cures, dame después el 
resto de tu alma en la niebla para volverte ojos y verte siempre sin importar el mundo.
De viento y mar le libraste al artista del sonido, de no amar más que tu voz por  la copla exacta de 
tu aliento, por no escuchar en este mundo sonido más hermoso que el que de tu boca emana. Su 
vida será tirada al silencio ¿por qué ser indispensable el romper del mar si no estás con él, si no es 
conmigo? Dame la respuesta ahora que ya es noche en un suspiro a mi oído izquierdo.


Elita, cuando leas esta carta notarás que tendrás la mejor propuesta de mi vida en tus ojos y que esperaré que ciego, asientas con tu cabeza mientras tomo tu rostro, esperaré que me mires a los ojos y me sonrías con ellos y con tus manos tomes las mías y se queden así por toda nuestra vida. Regálame la oportunidad de mirarme en tus ojos, entonces no necesitaré la vista para concebir al mundo si en los tuyos yo fuera el tuyo. Dame tu voz para unirla a la mía y tus manos para nunca soltarlas.

Dame esa oportunidad que te pedí tantas veces con la mirada.


Texto: C. Satarain

Twitter: @carlossatarain

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