Han sucedido seis días desde que le escribí esa carta, sentado sobre esta roca que ahora arquea parcialmente mi espalda, con el mar a mi diestra y un cangrejo moribundo a dos pies de mí. Me llevó un día saber que debía estar aquí, pensar que podría esperarla, pensar también en no salir otra vez a buscarla. En tomarme seis días para saber si valía la pena y valían mis pasos.
Fue durante el segundo día cuando
conocí a la mujer misteriosa que el día de hoy se robó mi atención y desvió mi
mirada del camino, es por eso que aquí continúo esperando la razón para partir.
Fue al alba del siguiente día,
después de enterarme de Elita y la noche que truncó nuestro destino, caminando
por la playa que el mar convertía en un lienzo fino golpe a golpe contra la
arena en donde la encontré. Era un pórtico viejo y casi en ruinas, de vigas
picadas al sol y maderas carcomidas por la sal, todo en tonos sepias que figuraban
su larga vida. Estaba sentada ahí, inmóvil como esperando un milagro, como
esperando el ocaso y sus milagros. De joven no tenía ni la sonrisa, de vieja le
quedaba el rostro, al momento pensé que el mar le había deslavado sus cabellos
para convertirla en ola, para poco a poco convertirse en mar. Me senté a
observarla por largos tiempos desde un montón de maderos y supe que debía
acercarme.
La saludé con amabilidad tratando
de no interrumpir su vista al mar, que después me enteraría que en realidad sus
ojos no apuntaban al azul sino a su interior. Eso lo supe porque no contestó a
mi llegada y entendí que no era consciente de su vida. Me senté a su costado
tratando de adivinar el horizonte de su mirada y mientras el mar comía mis ojos
llevándolos por lo redondo del mundo de un zarpazo de madera golpeó mi cabeza
sentenciándome como una madre a un niño o como el verdugo a Dios. De un grito
me ordenó llevarla al interior del lugar mientras a regañadientes susurraba
palabras en latín que no entendí. Intenté soportarla a manera de pedestal
cuando de nuevo sentenció pero ahora a sus piernas. –Estas me las dio Dios para
caminar, pero olvidó el motor. Dijo con voz ahorcada mientras me miró el
rostro. Entendió que no entendía nada y ahora con más voz de madre que de
verdugo me contó su historia.
Ella fue doncella del reino
cercano, a sus pocos años tenía la fama de la mujer más hermosa sobre la tierra
y tras los años la fama creció. Yo le creí porque detrás de sus largas arrugas
escurría belleza. Hubo un príncipe azul, una vez nada más y fue para ella,
tuvieron una boda, hubo fiesta por seis días aunque en estos tiempos la nobleza
no se casa con plebeyas, ella tuvo la fortuna del amor de hadas. Dos años
pasaron por sus vidas hasta que en la afrenta de Solsherin su príncipe azul
cedió la vida. Dos madrugadas después una fiera humana la lanzó por el balcón
partiendo su cadera en dos y fue echada del reino para siempre.
En resumidas cuentas ella dedicó
su vida al mar, al azul de su príncipe, a la eternidad de Dios. Me enteré a mis
visitas diarias de las labores que las mujeres del lugar hacían en su hogar al
saberla inmóvil. Me sumé a sus empeños llegando puntual por tres días a
mostrarle al canario el sol y regresarlo a su prisión diaria por el ocaso.
Hoy estoy sentado con esta roca a
mis espaldas arqueadas, algo oculto de aquella mujer inmóvil al viento. Es
difícil entender los motivos de las personas para cumplir su misión en la vida.
No sé si en realidad fue doncella y vivió en un reino, no sé si era tan bella
como lo supuse o no sé tampoco por qué sigo aquí esperando a que llegue mi
princesa si tal vez en dos años yo ceda la vida y jamás la vuelva a ver. Esta mujer
me volvió a mostrar el camino y me enseñó a no quedarme inmóvil.
Es el ocaso y su canario está
afuera. La mujer se levanta de su silla, toma a su canario y camina a su
prisión.
Carta para Elita IV
Elita, he notado como corre el
tiempo, de los días que le suceden al otro, luego al otro y al anterior, de las
veces que los mido en suspiros y recuerdos de ti. He pensado en la duración de
Dios como piensa el poeta, he pensado en mi destino y he pensado también
convertirme en roca. Ya no puedo controlar mis palabras después de lo que le he
dicho al viento de ti, de lo que le platico a la arena y de los versos que el
mar se lleva, he intentado dártelos por mar y tierra y viento y no encuentro
respuesta.
A este paso no te creo en
definitiva tan princesa, ni esta vida tan cuento, ni este amor tan mutuo. No te
creo que la arena que me golpea el rostro sea tu caricia y mucho menos el
viento aliento tuyo. ¿Cuándo habrás de darme algo? una señal, un relámpago en
el pecho, una lluvia en los ojos, un alud en mis manos o una muerte real. Ten,
te entrego mi vida en tus manos, nuevamente y como siempre, hasta la noche.
Hoy vi como un milagro falso
encarceló un alma, hoy vi en ella la levedad del amor y vi también a través de
sus pasos mi destino sin ti. Yo también podría fingir que no puedo, que ya no
podré caminar y empeñarle a los hombres mi sufrimiento, yo también podré
hacerlo, pero Elita, prefiero vivir sin pasos, perder la voz, quedar sin
aliento, pero que los ojos no me los quiten por si te vuelvo a ver.
Elita, tomemos el juicio de Dios
y hagamos un trato. Esperaré sentado bajo este cielo ahora estrellado la señal
para emprender mi camino, confiemos en él y en su voluntad que yo confiaré mi
suerte a la primera estrella fugaz. Si el camino te encuentra lo sabremos, será
el mejor trato de nuestras vidas.
Elita, esta noche espero tu
milagro.
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